Cuenta una leyenda, que en un lugar desconocido había un gran castillo.
Dicho castillo, era gobernado por un rey muy honesto y compasivo
Este gran hombre, había dado
cobijo a
una dama de boca preciosa y gran labio
De tez blanca y gran cuerpo que
la buena naturaleza le había otorgado.
Una noche, la hermosa muchacha salió de sus aposentos y se dirigió al pueblo.
Donde era ultrajada por un hombre, siempre el mismo muchacho
Ella volvía al castillo avergonzada pues no era de su agrado
Pero debía hacerlo, pues, aunque
el rey era amable, también era avaro.
La pobre muchacha, arrepentida, se iba a su cuarto y lloraba diciendo:
“Perdóname Señora mía, te ruego que me perdones, pues
he pecado”
Después, entre sollozos, se
metía en su cama y se suspendía en un sueño profundo.
Una mañana, el rey yació muerto
en su pieza.
Todos tenían cuartada menos
la pobre desposada.
Sin pruebas algunas de
que ella fuera la asesina
Fue apresada y
la llevaron hasta la guillotina.
La ataron de manos y pies y
esperaron a que terminara el decapito
Pero, cuando la cuchilla iba a caer sobre el precioso cuello de la joven, esta partió.
Se rompió en mil pedazos dejando
a todo el pueblo perplejo.
Del cielo, bajó la Virgen, con
gran hermosura.
Todo el pueblo se arrodillo ante
semejante locura.
La Virgen, con una sonrisa, desató a la joven y la contemplo con
ventura.
La campesina estaba agradecida, era inocente y otra oportunidad merecía.
Había pecado la
muchacha pero siempre perdón
pedía.
La Virgen le besó la
frente y se alejó
desvaneciéndose en la gloria.
Y así concluye el milagro con
gran euforia.